Una noche más...

Y bien, otro día más patrullando el extenso bosque, en busca del olor de alguna maldita garrapata que se hubiera atrevido a cruzar la línea divisoria, cosa que, como todos los días, nunca ocurría. Si al menos me topara con una sanguijuela la cosa sería divertida, pues la idea de morder a uno de aquellos repulsivos seres me resultaba de lo más tentadora. Pero no. ¿Era demasiado pedir una pelea de cuando en cuando?
Y pensandolo bien era lógico, ¿qué garrapata suicida se atrevería a meterse en nuestro territorio con dos manadas patrullando? Sería demasiado pedir que la estupidez nata de los vampiros llegara a tal calibre.

Me dediqué a seguir olisqueando el suelo, cubierto de yesca seca y hojas caídas, buscando el hedor que tanto ansiaba encontrar, pero nada. Nada de nada. Resoplé frustrado y dejé de intentar buscar cosas sin sentido, total, mi guardia ya había acabado.
Me dirigí hacia los acantilados, donde siempre me encontraba cuando finalizaba mi ronda de patrullaje, y para qué mentir, donde siempre me encontraba. Me senté a los pies de uno de los inmensos abetos que marcaba el final del bosque, y quedé inmóvil bajo la sombra de la frondosa copa del árbol.

Ya no sabía que hacer, todo en mi mente era un gran lio y apenas y me reconocia al mirarme al espejo. ¿Cuánto había pasado desde aquella aventura? Ya habían pasado algunos meses desde que me había ido a las Vegas con una persona que prometía siempre me cuidaría y le había dejado ir cuando descubrí que mi hermano estaba decidido a matarlo si lo veía y sabía quien era.
El último recuerdo que tenía de Andrew era un anillo, el anillo que me pondría cuando regresara por mi, ¿pero cuánto tiempo podría esperar y más..., con la nueva noticia de uno de los habitantes de esta zona?

Decidir acabar con mi vida no era una opción, pero el estar caminando hacía el acantilado era en verdad un deseo en mi interior. Subí hasta la sima y me acerque lentamente hacía el final del risco. El viento ondeaba mi blusa y mi cabello y me había sumergido hasta más no poder en mis pensamientos.

Pero aún seguía conciente de que no debía rebasar más aya de donde mis pies podían tocar, y menos por que si algo pasaba el viento me indicaba que no sobreviviría de esa cruel caida.